miércoles, 16 de mayo de 2018

EFEMÉRIDES MARÍTIMAS Y NAVALES


Colaboración del C. de N. Edgardo Loret de Mola
Responsable de la edición: Rosario Yika Uribe

Fuente: Cinco siglos del destino marítimo  del Perú, de Esperanza Navarro Pantac: Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, 2016

Efemérides Navales de Hoy 09 Mayo




9 de mayo 1857: Los buques rebeldes Loa, Izcuchaca, Huarás y Guise, se rinden en las islas Chincha. Poco después el Tumbes, que estaba en manos de los británicos, también arría bandera y es devuelto al Gobierno por sus captores, el 12 de junio de 1858. (Las Islas Chincha han sido tomadas de la colección de David Rumsey y fueron diseñadas por Mariano Felipe Paz Soldán en 1865 para su obra Geografía del Perú)


9 de mayo 1866: Muere en Lima el teniente primero Enrique Manuel Cárcamo por efecto de las heridas y quemaduras sufridas en el combate del 2 de mayo de 1866.

Combate del 2 de Mayo: Parte de las baterías del Sur
por  Ernesto Linares Mascaro (
http://www.voltairenet.org/article191559.html)

Con motivo del Sesquicentenario del Combate del 2 de Mayo, he preparado un par de textos sobre el combate.

Las baterías del Callao agrupaban más de 50 cañones, divididas en baterías del sur y baterías del norte, estando el muelle al centro. Los cañones de las baterías eran cañones rayados Blakely y Armstrong y cañones de ánima lisa del calibre de 32 y 68 libras. Los cañones rayados eran de acero y fueron descritos por José Torreblanca en su obra "Descripción y manejo de los cañones Blakely, Armstrong y Vavasseur de las baterías del Callao", un manual del año 1879 con motivo de la Guerra con Chile. Los Blakely eran llamados de 500 libras, tenían un calibre de 11 pulgadas, una longitud de 4.47 m, pesaban 14 toneladas y sus proyectiles huecos pesaban 404 libras, más una carga explosiva de 10 libras, y los sólidos pesaban 500 libras. Los cañones Armstrong eran llamados de 300 libras, tenían un calibre de 10 pulgadas, una longitud de 3.962 m, pesaban 12 toneladas y sus proyectiles pesaban: 261 libras la bomba común más 17 libras y 8 onzas de carga explosiva, 265 libras la bomba de casquete más 4 libras y 5 onzas de carga explosiva y 279 libras la bomba segmentada más 8 libras de carga explosiva. Los cañones de ánima lisa eran viejos cañones de fierro que disparaban balas esféricas que pesaban 32 libras (calibre de 6.4 pulgadas) ó 68 libras (calibre 8 pulgadas).

La conformación de las baterías del sur, que estaban al mando del coronel Manuel G. de la Cotera, fue detallada por el historiador naval Fernando Romero Pintado en su obra Historia Marítima del Perú, Tomo VIII, volumen 2. Estas baterías eran las siguientes:

- El Cañón de Pueblo, conformado por un cañón Blakely de 500 libras colocado a última hora, al mando del capitán de fragata Hercilio Cabieses. Estaba ubicado frente al antiguo arsenal, cerca de la actual Plaza Grau, al norte del castillo del Real Felipe.

- Provisional, conformado por 5 cañones de 32 libras al mando del capitán de corbeta José Sánchez Lagomarsino. Estaba ubicado al oeste del Real Felipe.

- Chacabuco, conformado por 5 cañones de 32 libras al mando del teniente coronel Miguel Rodríguez. Estaba ubicado al sur de la batería Provisional.

- Fuerte Santa Rosa, tenía 2 cañones Blakely de 500 libras, un cañón de 68 y 7 cañones de 32 libras, al mando del capitán de fragata Guillermo Torres. Estaba ubicado en la actual plaza Santa Rosa en Chucuito. Era el antiguo fuerte de San Rafael, construido en el siglo XVIII como un auxiliar del Real Felipe, destruido por los chilenos durante la ocupación del Callao en 1881.

- Maipú, tenía 6 cañones de 32 libras al mando del coronel Ruperto Delfín. Estaba ubicado al sur del fuerte Santa Rosa.

- Torre de la Merced, tenía 2 Armstrong de 300 libras en una torre giratoria blindada, en donde falleció el secretario de Guerra y Marina, José Gálvez. Estaba ubicada al sur de la batería Maipú, en La Punta.

- Abtao, tenía 6 cañones de 32 libras al mando del teniente coronel Benito del Valle. Estaba ubicado al sur de la Torre de la Merced.

- Zepita, tenía 6 cañones de 32 libras al mando del coronel José Antonio Morón. Estaba ubicado en La Punta, pero sus cañones apuntaban hacia la Mar Brava, al sur del Callao, mientras el resto de cañones apuntaban dentro de la bahía, hacia la isla San Lorenzo.

A continuación reproducimos el parte oficial de las baterías del sur, respetando la ortografía original.

Diario oficial El Peruano, sábado 12 de mayo de 1866

Comandancia General de las baterías del Sur.- Callao, Mayo 2 de 1866 
Al Señor General Jefe de E.M.G. 
S.G.J.E.

A las doce del día de hoy, la escuadra española dejando su fondeadero de San Lorenzo avanzó, en son de combate, sobre este puerto, dirijéndose hácia las baterías de mi mando la blindada “Numancia,” que llevaba la insignia del Brigadier Mendez Nuñez, y las fragatas “Villa de Madrid,” “Almanza” y “Blanca”.

La “Numancia” se adelantó de las otras naves, y situándose á mil metros frente al fuerte de Santa Rosa, disparó dos cañones sucesivos, los que fueron contestados inmediatamente por mandato mio con una de las grandes piezas Blakely.

Yo había comunicado á las baterías que daban frente á la escuadra, que el primer cañonazo que disparase el fuerte, seria la señal de hacer fuego; así que, siendo la mayor parte de los cañones del calibre de treinta y dos, quise dejar aproximar al enemigo todo lo posible para tenerlo aun al alcance de mis menores piezas. Efectivamente, la descarga que se le hizo debió haber producido grande efecto, por la confusión que se notó en sus movimientos.-La “Numancia” y los buques enunciados, continuaron el combate ya en línea ó alternándose respectivamente y haciendo un nutrido fuego por secciones.

La preferencia que el enemigo daba á las baterías del Sur, acumulando para destruirlas, la mayor y mejor parte de su escuadra, sirvió tan solo para que sus defensores multiplicáran su denuedo y esfuerzos, manteniendo así incólume el honor del pabellón nacional.

Poco tiempo después principiado el ataque se notó una extraordinaria en la Torre de la Merced. Supuse que aquel acontecimiento, cualquiera que fuese, debía haber deteriorado la fortaleza, y para reparar el daño y conocer la verdad de lo ocurrido, mandé al ingeniero en jefe Señor Malinouski, que se constituyera en ese lugar y prestase sus servicios profesionales si acaso eran oportunos. Mientras tanto, el enemigo redoblaba sus esfuerzos; pero las baterías Maipú, Chacabuco, Provisional y Santa Rosa, cuyo último punto había elegido yo como el más céntrico para que mis órdenes fueran rápidamente ejecutadas, sostenían ventajosamente los fuegos con acierto y entereza.

El ingeniero en jefe, y ántes que él, el Capitan Quiñones, me comunicaron la sensible catástrofe que tuvo lugar en la Torre. El Señor Secretario de la Guerra y todos los valientes que se encontraban en ella habían perecido á consecuencia de un incendio; no siendo posible dar á US. ni aproximados detalles del origen y causas que motivaron tal desgracia, porque los pocos que han salvado, aun no pueden dar razón de lo ocurrido.

Como los fuegos del enemigo se aumentáran con una tenacidad extrema, tuve que concretar mi atención exclusivamente al ataque. Cinco horas de un reñido combate contra fuerzas tan notablemente superiores, produjeron al fin el glorioso resultado de poner en retirada á los que protestaron apagar en media hora los fuegos de la batería é incendiar la población del Callao.

Al primer tiro que descargó el cañón de grueso calibre, situado frente al Arsenal y al mando del Capitán de fragata D. Hercilio Cabieses, perdió su nivel y quedó inutilizado; á los diez y siete sobrevino igual accidente á otro de los cañones Blakeley del fuerte Santa Rosa, mandado por el Sargento mayor graduado D. Manuel Suárez. La batería de Abtao se vió precisada á suspender sus fuegos, en medio del combate, por no estar ya el enemigo al alcance de sus piezas. Por último, dejando de funcionar los dos cañones Armstrong de la Torre, quedé reducido á uno solo de Blakely de Santa Rosa. Todas estas circunstancias favorecieron un tanto al agresor, pues á merced de ellas, pudo salvar sus naves aunque con no pocas averías.

Eran las cinco menos dos minutos de la tarde, cuando emprendió su retirada el enemigo, sin contestar los últimos vigorosos fuegos con que lo provocábamos á continuar el combate. Duró este cinco horas menos ocho minutos; en todo ese tiempo los españoles lo sostuvieron con ardor: sus fuerzas centuplicadas y sus movimientos rápidos, léjos de arredrar á los defensores de la patria, avivaba cada vez mas su bravura y entusiasmo.

La fortuna ha estado de nuestra parte, y esto tenía que ser: se luchaba por la libertad y la honra de la América.

A excepción de la deplorable ocurrencia que tuvo lugar en la Torre de la Merced, poco ha habido que lamentar en las demás baterías de mi mando. Maipú sufrió un ligero incendio en el que se inutilizaron los hermanos Cárcamo, que después de haberse desrielado la pieza que servían, frente al Arsenal, se incorporaron á esta batería. (La pieza era el Cañón del Pueblo)

Los accidentes ocurridos en los cañones de mayor calibre, no son por cierto ocasionados por los proyectiles enemigos que estuvieron muy léjos de tocarlos; no habiéndose podido preveer sin un sério ensayo, los pequeños defectos de las cureñas de los Blakely, no era estrañarse, sobre-vinieran tales acaecimientos; mas todos estos cañones quedarán á primera hora de la mañana en mejor actitud que ántes y en perfecto estado de servicio.

La batería de Zepita, situada hácia la mar brava no ha podido tomar parte en el combate por la posición en que se halla; pero no ha quedado exenta de recibir las balas enemigas que sobre-pasaban la línea de batalla, ni sus servidores han dejado de mostrar la serenidad y noble entusiasmo de que estaban poseídos.

Tan uniforme y manifiesto ha sido el valiente comportamiento de todos los defensores de la República en las baterías que están bajo mis órdenes, que apenas me atrevo á recomendar á algunos ante la consideración de S.E. el Jefe Supremo Provisorio, sin que por hacerlo se menoscabe en ninguna manera el esclarecido mérito que á todos corresponde, séame permitido mencionar la batería de Maipú al S. Coronel Gdo. D. Ruperto Delfin. Teniente Coronel D. Gregorio Arana. Sarjento Mayor D. Isaac Recabarren, Jefe de dicha bateria. Al Sarjento Mayor Gdo. D. José Manuel La Fuente. Al Capitan D. Mariano Cruz. A los agregados Coronel D. José Santos Monzon. Al Coronel D. Bonifacio Franco. Al Teniente Coronel D. Cárlos Montes. Al Sarjento Mayor D. Juan Gamero. Al Sarjento Mayor Gdo. D. Enrique Quimper. Al maestro mayor de montaje José María Pardo.

De la de Chacabuco, Teniente Coronel D. Miguel Rodríguez. Al Teniente Coronel Gdo. D. Nicolás Barra. Al ídem. Ídem. D. Vicente O. Alvarado, Jefes de la batería. Al S. Coronel Gdo. D. Miguel Zamora que herido mortalmente por el caso de una bomba, espiró vivando la República.

De la Provisional del Callao. Al Comandante de Corbeta D. José Sanchez Lagomarsino. Al segundo, Teniente D. Marcos Matiche.

De la Torre de la Merced. A D. Antonio Alarco, que murió heroicamente según informes recojidos de personas que merecen fé; hallándose todos los demás comprendidos en la relación de muertos y heridos.

En la de Abtao. Al Teniente Coronel D. Benito del Valle Comandante de dicha batería. Al S. Coronel Gdo. D. Eusebio Pomareda, Jefe de la Columna de oficiales que sirven en esta batería.

De la de Santa Rosa. Al Capitan de Fragata D. Guillermo Torres, Jefe de la batería. Al Sarjento Mayor Gdo. D. Pedro Mas, y al de igual clase y empleo D. Manuel Suarez, ambos Comandantes de las piezas. A los agregados al servicio de la misma batería, Capitan de Navio D. Alejandro Muñoz, Capitan de Fragata Lino de la Barrera, Teniente Coronel de Caballería D. Baltazar La Torre, Capitan de Corbeta Gregorio Miro Quesada. Los agregados voluntariamente, S. Coronel Comandante General de Artillería D. Juan Antonio Ugarteche. Al de la misma clase D. Francisco Alvarado Ortiz. Al Coronel Gdo. D. Antonio Rodriguez y Ramírez. Al S. Injeniero en Jefe D. Ernesto Malinousky, y á su ayudante Teniente D. Manuel Ugarteche.

De igual modo á los ayudantes de esta Comandancia General, Teniente Coronel D. Mariano Menant. Al Sarjento Mayor Gdo. D. Jenaro Muro. Al Capitan Gdo. D. Guillermo Zavala. Al Alferez D. Julio Ayulo. Como también al S. D. D. José Manuel La-Puente, y al ciudadano de los Estados Unidos del Norte S. D. Guillermo D. Coursey.

No es el que habla, S. Secretario, quien debo decir, los defensores de la Patria hemos ó no correspondido á la inmensa confianza con que nos ha honrado el Supremo Gobierno; pero habiendo presenciado tan glorioso como desigual combate, algunas naves de las mas poderosas potencias del mundo, es á sus imparciales é ilustrados Jefes á quienes corresponde pronunciar su veredicto, decidir si somos dignos de pertenecer á un Pueblo Libre. Con testigos tan irrecusables, y á presencia de S. E. el Jefe Supremo Provisorio, no es posible poner en duda la justa apreciación de los hechos.

Adjunta se servirá U. S. encontrar dos relaciones: la una de los S. S. Jefes Oficiales y tropa que se hallaron en el combate, y la otra, de los muertos y heridos que resultaron de tan memorable jornada.

Dios Guarde á US. S. S.- Manuel G. de la Cotera




Los Cárcamo


    Raimundo Cárcamo resultó gravemente herido y murió pocos días más tarde en el Hospital de Sangre en el Callao.  En la Iglesia Santa Ana de Lima aparece su partida de defunción como muerto a los 45 años.
 
            Sus padres habían sido  Victoriano Cárcamo y Sebastiana Castillo.  Como se recordará Victoriano y su hermano Andrés tomaron el pailebot “Sacramento” en los albores de la independencia y con ese barco se fundó la Marina del Perú.
 
            El capitán de navío Raimundo Cárcamo tenía una larga y brillante foja de servicios.  Había sido capitán en la goleta “Libertad”, el pailebot “Vigilante” y más tarde cuando llegaron los vapores formó parte de la plana mayor del “Apurímac”, “Bolívar”, “Sachaca”, “Huaraz” y la fragata “Callao”.
 
            Su hermano el teniente 1ro. Enrique Manuel, sirvió en los barcos “Yungay”, “Vigilante” y en la fragata “Libertad”.
 
El 2 de mayo de 1982 el barco de la Armada Peruana “Independencia” trajo los restos de los dos hermanos al puerto de Paita.  Habían reposado más de un siglo en el Presbítero Maestro y ahora descansan en paz en el Cementerio de Paita, su tierra natal




En la nueva tumba, se colocó la lápida  que estaba en el  cementerio Presbítero Maestro, cuartel San José nicho 281 letra D.
En la placa se encontraba grabado lo siguiente:

                                                         Gloria a uno de los héroes de 1866.
                                       El Cuerpo General de la Marina dedica este recuerdo
                                                       a su compañero de armas  teniente 1º
                                                    D. ENRIQUE MANUEL CARCAMO








9 de mayo 1877: Terremoto y maremoto en Iquique, puerto peruano: la tierra tiembla durante dos minutos, originándose un feroz incendio en la parte sur de la ciudad, luego el tsunami hace desaparecer muelles y bodegas matando a treinta trabajadores. Arica, nuevamente asolado, tiene cuantiosos daños materiales y cinco personas mueren. El puerto boliviano, Cobija, es prácticamente borrado del mapa. Olas de hasta 23 metros de alto causan daños desde Pisco hasta Antofagasta (Chile); el maremoto se propaga al sur llegando a Concepción en la mañana del día siguiente. El Tsunami es registrado en Japón, Nueva Zelanda, Hawaii, Samoa y California. 


El 9 de mayo de 1877, a las 8.18 pm, la zona norte del país fue víctima de un megaterremoto y posterior maremoto. Las características del fenómeno telúrico que azotó desde el puerto del Callao en Perú por el norte, hasta la localidad de Chañaral por el sur, no había sido detallada en los últimos años. 
 
Relatos de la época señalan que el sismo tuvo una intensidad tal que las personas con esfuerzo podían mantenerse en pie, por lo que podría concluirse que habría alcanzado fácilmente los 8 Grados Richter. Tampoco fue posible determinar el epicentro del megaterremoto, pero por las características, ligadas a la salida del mar, es viable definir que tuvo su origen frente a las costas, a varios kilómetros mar adentro.
 
Un informe oficial de las autoridades peruanas, redactado el 10 de mayo de 1877 señala que "según la opinión de quienes sufrieron el terremoto del 13 de agosto de 1868 (el primero de los megaterremotos registrados que azotaron el norte), el (fenómeno telúrico) del 9 de mayo de 1877 fue más prolongado, aunque no más serio que el anterior".
 
Los diarios peruanos de la época, también relataron a días de sucedido el megaterremoto, los efectos devastadores. Uno de ellos, el periódico limeño, El Comercio, en su edición del 20 de mayo de 1877, publica un informe redactado por Mori Ortíz, donde explica el grado de devastación de las localidades afectadas, especialmente Iquique y donde gran parte del comercio y la actividad portuario ligada a la industria salitrera fue devastada.
 
Es necesario recordar que en esa fecha, Iquique pertenecía a la República del Perú, que incluía los departamentos de Arequipa, Moquegua, Tacna y la provincia litoral de Tarapacá. Más al sur, estaba el distrito boliviano de Cobija o Atacama, administración que actualmente le pertenece a la región de Antofagasta.
 
El megaterremoto afectó en esa época la zona norte de Chile, que tenía como límite Chañaral. 
 
Sin embargo, una de las crónicas más impactantes del megaterremoto del 9 de mayo de 1877 fue la entregada por un coleccionista iquiqueño que prefirió mantener en reserva su identidad. 
 
Descubrió en la edición del 12 de mayo de 1877 de un periódico, relatos de los daños ocasionados en las diferentes localidades, especialmente costeras. 
 
Se trata del Diario El Tiempo, que en su edición del 12 de mayo de 1887 (tras 3 días sin salir a la venta por razones obvias) dedicó 3 páginas con las consecuencias del terremoto. Para contextualizar el relato, es necesario explicar que según un censo de 1876, Iquique tenía una población de 9 mil 200 habitantes, la mayoría ligada a la industria salitrera y el comercio. Otra localidad importante era Chanavaya, con unos 3 mil 529 habitantes, que también fue devastada por el fenómeno. Además el agua arrasó con la localidad costera, no sin antes sufrir los efectos de un incendio de proporciones. Casi 3 mil personas quedaron damnificadas.
 
La crónica titulada "Catástrofe del 9" del Diario El Tiempo comienza así: 

"Víctima nuevamente Iquique y la provincia toda de una de esas catástrofes cuyo recuerdo vive siempre a través de los años, nos sentimos dominados de la más triste y dolorosa impresión e incapaces por el momento de narrar detenidamente la diversas peripecias de un triple estrago originado por el fuego, el agua y los temblores de la tierra. Todo ha acontecido fatalmente para que el siniestro produjera la más honda y profunda impresión en el ánimo del pueblo que ha estado esperando en los momentos del conflicto, la aparición en nuestro puerto de uno de los más poderosos buques de la Armada Nacional que, según se sabía, había salido del Callao en son revolucionario. Preciso es, pues, resignarse a sufrir tristes consecuencias de esas grandes pruebas a que viven sujetos los pueblos industriales como el de Iquique, que entregado de lleno a las faenas de trabajo, son sorprendidos inesperadamente por los elementos y ven desaparecer en pocos momentos el fruto del largo tiempo de constante labor. En medio del conflicto originado por el triple siniestro de la noche del 9, ha sido digno de notarse el orden y circunspección observados por el pueblo y que, si bien debido en mucha parte a la actividad y celo desplegados por todas las autoridades, sin excepción, prueba sin embargo, que los hábitos de moral van echando profundas raíces entre nosotros.

Terremoto de Iquique de 1877 (http://www.esacademic.com/dic.nsf/eswiki/1139324)

El Terremoto de Iquique de 1877 fue un sismo registrado el 9 de mayo de 1877 a las 21:16 hora local (11:16 UTC). Su epicentro se localizó en Iquique, Región de Tarapacá, Chile, (en esos momentos Perú), y tuvo una magnitud de 8,5º en la escala sismológica de Richter.

Las mayores intensidades se registraron entre Iquique y Antofagasta, siendo Tocopilla totalmente destruida. En esta ciudad y en Cobija, el Tsunami comenzó 5 minutos después del terremoto con un lento ascenso del nivel del mar que alcanzó entre 10 y 15 metros sobre el nivel del mar. Una segunda ola ocurrió 15 minutos más tarde, la cual destruyó el resto de las edificaciones que quedaban de pie, según los sobrevivientes  los cádaveres de la mayoría de los pobladores estaban flotando en las calles. En Mejillones se informa que esta segunda ola alcanzó una altura de 23 metros. En Iquique el primer ascenso del nivel del mar ocurrió 20 a 30 minutos después del terremoto de manera tranquila. Mientras que el segundo ascenso del nivel del mar, más intenso que el primero, ocurrió a las 21:00 horas. Posteriormente, hasta las 01:00 horas, se registraron otros 3 a 5 ascensos del nivel del mar, siendo el último de ellosvel más severo. Antofagasta. También hubo marejadas a lo largo de Chile hasta Puerto Montt y en otros lugares delbmundo como Hawai, Estados Unidos, México, Fiji, Samoa, Tonga, Nueva Zelanda, Australia y Japón.

Era una noche oscura […] cuando sobrevino un recio temblor; al principio no fue mayor al que todavía se sentían varias veces de día y de noche; pero aumento rápidamente en intensidad hasta un grado tal de producir verdaderas oscilaciones y contorciones del suelo. (Harnecker, Otto. Terremotos y temblores).

El terremoto y tsunami del 9 de mayo de 1877 fue el último de los grandes paroxismos que, durante el siglo XIX, causó perjuicios de consideración en algunas de las actuales poblaciones chilenas que conforman el Norte Grande de Chile. Sobre la base de los documentos consultados, podemos decir que este movimiento telúrico –que tuvo su epicentro frente a las costas de Iquique y que se percibió a una distancia de 3000 km., esto es desde la provincia del Santa al norte y el puerto de Constitución al sur– comenzó a las 20 horas 18 minutos con un suave movimiento ondulatorio que rápidamente ganó en intensidad y se prolongó por espacio de tres minutos.

Si bien este movimiento telúrico, a juzgar por el recuerdo de algunos iquiqueños que sufrieron el del 13 de agosto de 1868, “fue más prolongado pero menos recio que el anterior” (Informe del prefecto de Iquique. Iquique, 10 de mayo de 1877), originó estragos “en varios edificios de material [sólido], de los cuales se desplomaron algunos trozos de pared”. No obstante, y de forma similar a lo ocurrido en 1868, unos treinta minutos después del primer remezón se produjo el desborde del mar. Aquel tsunami, cuya mayor altura fue de unos 20 pies [6 m], invadió en ocho ocasiones sucesivas a la ciudad nortina, arrasando y llevándose consigo todo lo que encontró a su paso.

A raíz de este nuevo tsunami, el terminal de la Aduana  –descrito como un cómodo edificio de dos plantas construido con cal, piedra y tabiques– y todas las casas de uno y dos pisos que se encontraban cercanas a la línea de costa desaparecieron. En consecuencia, las pérdidas económicas, incluyendo todas las cargas de salitre, se estimaron en dos millones y medio de soles.

Los pobladores de Iquique rápidamente se refugiaron en los cerros aledaños y en los sectores de mayor altura ya que, entendemos, tuvieron en cuenta la experiencia del terremoto de 1868, la cual todavía estaba muy viva en la memoria colectiva. Esta prudente medida nos sirve para explicar el escaso número de fallecidos en esta ciudad, el cual se estimó en 30 personas.

Más al norte, en Arica, el fenómeno geológico combinado provocó millonarias pérdidas, especialmente al dejar inutilizadas las nuevas instalaciones portuarias –incluido el flamante edificio de la Aduana– y la moderna estación del ferrocarril. Sin embargo, la ocurrencia de este sísmo y posterior tsunami –que según algunos informes alcanzó una altura máxima de 65 pies [18 m]– barrieron con la ciudad y con gran parte de sus infraestructuras, ya que muchas de estas construcciones, al estar levantadas sobre la arena, literalmente “se hundieron” como efecto de la solifluxión. Sobre la destrucción de esta población, un anónimo testigo escribió:

Las ruinas de esta villa no ofrecen un espectáculo ni grandioso, ni triste y menos pintoresco. Se la había tomado por una ciudad encantada de las “mil y una noches”, desaparecida de repente, pero mostrando aun sobre la arena como un último adiós de su existencia, vestigios de techumbres, restos de sus habitaciones de metal… (Boletín de la Guerra del Pacífico. Santiago, 6 de agosto de 1879).

Dicho tsunami, que en esta última urbanización provocó la muerte de cinco personas y generó pérdidas cercanas a los cuatro millones de soles, se describió de forma similar al observado en Iquique, es decir durante ocho invasiones consecutivas que ingresaron hasta una distancia de 750 metros al interior de la ciudad. En efecto, el avance del mar reflotó al Wateree y lo alejó ligeramente de la costa. Por lo tanto, cuando el mayor Arturo Benavides –en el contexto de la Guerra del Pacífico– llegó con las tropas chilenas a Arica en 1880 refirió que: “distante como a 800 metros de la orilla del mar, había un casco de buque muy deteriorado, arrojado allí hacía muchos años, por un terremoto”. (Benavides, Arturo. Seis años de vacaciones: recuerdos de la Guerra del Pacífico, 1879-84.)

De mismo modo, este fenómeno geológico combinado destruyó gran parte de la infraestructura productiva y arruinó muchas de las viviendas levantadas en la costa del Distrito Litoral de Atacama (Bolivia). La microhistoria de los efectos provocados por este terremoto en los distintos centros urbanos de esta otrora región boliviana, nos entrega muchísimos pormenores de esta catástrofe; sin embargo, todos apuntan a demostrar la ruina y el posterior abandono que experimentaron la totalidad de las villas levantadas en esta amplia zona. Con todo, y para comprender los estragos que aquel desastre ocasionó en esta vasta región, reproduciremos una de las impresiones del ingeniero francés, y por entonces cónsul en Bolivia, André Bresson quien nos entrega una imagen precisa del diseño y los tipos de materiales empleados en la construcción de las poblaciones levantadas en este territorio: “las casas, que generalmente tienen solo una planta baja, están simplemente formadas por un armazón y tablones de madera”. (Bresson, André. Bolivia, siete años de exploraciones, viajes y vivencias).

En consecuencia, y teniendo en cuenta los materiales empleados en el diseño de aquellas habitaciones, podemos decir que el llamado “terremoto de Iquique” causó muy pocos estragos en aquellas construcciones, por la razón de ser en su gran mayoría de madera. No obstante, los constantes remezones volcaron algunas lámparas de parafinas originando varios incendios en forma simultánea, y el posterior desborde del mar, se unieron para infligir una gran devastación, y causar la muerte de decenas de personas en toda la región afectada. Sobre este último punto, es posible indicar que la cantidad de víctimas mortales informadas fue superior a las 384 personas, y que las pérdidas materiales –incluidas las cargas salitreras que se diluyeron con el tsunami, y los buques que se fueron a pique– superaron los 8 millones de soles de la época.

Como corolario a este desastre, las autoridades e ingenieros de la época intentaron resolver el tema de los daños ocasionados por movimientos telúricos poniendo especial atención en los tipos de materiales empleados en las construcciones. Para ello, y tras el terremoto de 1868, en el actual Norte Grande se comenzó a sustituir el uso de adobe por la madera, pero pronto se dieron cuenta que a consecuencia de los rayos del sol este material rápidamente se secaba y cualquier amago de incendio podría alcanzar proporciones de consideración. Por lo tanto, y en base a estos antecedentes, los arquitectos de la zona comenzaron a trabajar y levantar estructuras de hierro, cubriéndolas con techos y paredes de metal para sortear los movimientos sísmicos pero, cuando el uso de este material se estaba perfeccionando, este último evento demostró que aquellos conocimientos aún no estaban lo suficientemente desarrollados, ya que muchas de estas costosas y pesadas estructuras quedaron, al igual que las construcciones de adobe, madera y ladrillos, esparcidas a lo largo de todo el borde costero.



9 de mayo 1903: Se confirma la aparición de la fiebre bubónica en el puerto del Callao. La peste posiblemente ha llegado a través del arroz que recibió la casa Milne procedente de Bangkok. (El gráfico es reproducido del Diario El Correo de España -31 de marzo del 2015- que indica que es una ilustración de la época de la Peste Negra o Peste Bubónica que azotó Europa a partir de 1346 reduciendo hasta en dos tercios la población d ellas grandes ciudades)
27/02/09: La peste bubónica en Lima, 1903 
http://blog.pucp.edu.pe/blog/juanluisorrego/2009/02/27/la-peste-bubonica-en-lima-1903-1/)
Publicado por: Juan Luis Orrego Penagos

Tomamos la información del excelente trabajo del historiador Marcos Cueto (El regreso de las epidemias salud y sociedad en el Perú del siglo XX. Lima: IEP, 1997) para reseñar el miedo que embargó a nuestra ciudad a principios del siglo XX cuando una epidemia de “peste negra” causó estragos en la población de aquellos años. 

Puerto del Callao, 1 de mayo de 1903.- Cuando la señora Figueroa vestía el cuerpo de su hijo Pedro para el entierro, palpó una extraña hinchazón en el cuello del cadáver. Nadie le dió importancia al descubrimiento hasta días después cuando 10 de los 60 trabajadores del molino donde trabajaba Pedro Figueroa enfermaron gravemente de un mal desconocido que les secaba la lengua, les hinchaba los ojos, los bañaba en fiebre y les producía bubones del tamaño del huevo de una paloma en el cuello, la ingle y las axilas. Quizás algunos pensaron que había una relación entre su sufrimiento, la muerte de Pedro y el hedor de las decenas de ratas muertas en el Molino.

El regreso de las epidemias.- Esa fue la primera noticia de la llegada de la terrible peste bubónica. Se trataba de una enfermedad transmitida por la picadura de las pulgas de las ratas infectadas con el parásito yersinia pestis. Entre 1903 y 1905 la peste se extendió hasta Lima y los principales puertos del país. 

El origen de esta peste fue atribuido a la embarcación “Serapis” proveniente de Bangok, el foco de la pandemia de peste negra que se extendió por el mundo desde 1894. La peste acodó en el Callao a fines de diciembre de 1902 con más de 10 mil sacos de arroz para el Molino Milne provenientes del sudeste asiático; entre esos sacos también viajaban cientos de ratas infectadas. El crecimiento del número de viajes, pasajeros, mercancías y de ratas entre los puertos peruanos, puso en contacto a poblaciones sanas con enfermas. 

No habíamos aprendido mucho.- A principios del siglo XX, Lima y otras ciudades de la costa estaban idealmente ambientadas para cobijar ratas, pericotes y otros roedores. Estos podían difundirse rápidamente por el hacinamiento de la población, la tugurización de las viviendas, la precariedad de las construcciones, la acumulación de basuras y la persistencia de conductas antihigiénicas.

Estas costumbres incluían el miccionar y defecar en la vía pública y el arrojar cualquier desperdicio confiando en el apetito de gallinazos, perros, burros y otros animales que deambulaban por la calle. Una solución parcial a este problema fue el traslado de basuras en carretas a los muladares. Hacia 1903, los limeños producían diariamente 60 toneladas de basura que eran llevadas a los muladares ubicados en las márgenes del río Rímac. Cerdos (y gallinazos) se alimentaban de estos desperdicios, y cerca del muladar de Monserrat había un matadero.

A la ausencia de un sistema eficiente de baja policía se sumaba la pésima condición del sistema de desagües. A pesar de los esfuerzos del siglo XIX por construir tuberías de desagüe subterráneas, la mayoría de las calles de Lima tenía acequias abiertas. Por su lado, las viviendas tenían silos poco profundos y eran magníficos criaderos de ratas. La mayoría de las casas tenían paredes huecas, cavidades amplias entre el entablado y las habitaciones y el suelo, adobes en la planta baja y telares de quincha en la planta alta, es decir, condiciones propicias para el refugio de las ratas. Ni siquiera las mejores casas de Lima eran de concreto (lo que hubiera frenado el ingreso de ratas). 

La tugurización era alarmante. Los cuartos amplios y techos altos de las viejas casonas estaban separados con maderas para formar varios pisos de pequeñas habitaciones. El objetivo de estas subdivisiones era obtener el mayor número de inquilinos en las llamadas “casas de vecindad”. También se produjo otra forma de hacinamiento: los callejones. En ellos se aglomeraban las familias, la suciedad y las ratas. Por ello, no es extraño encontrar el siguiente testimonio en El Comercio: Enormes ratas casi domesticadas viven allí en amable intimidad con los chicos del vecindario. 

Finalmente, a estas condiciones que facilitaban la multiplicación de roedores, se sumó el crecimiento del comercio internacional a comienzos del siglo XX que acentuó el contacto de los puertos peruanos con embarcaciones que provenían de regiones donde la peste era endémica. 

El pánico y la campaña en Lima.- A fines de 1903, toda muerte súbita era atribuida a la peste; a pesar de que era desconocida en el país, muchos la relacionaron con las historias apocalípticas de la peste en al Europa medieval. Según una editorial de El Comercio (septiembre 14, 1903): no se trata simplemente de salvar vidas sino de salvar nuestros intereses económicos y fiscales.

Un gran obstáculo para combatir la peste fue la inexistencia de un aparato sanitario eficiente. La Municipalidad, que estaba encargada de la higiene urbana y de la baja policía en calles, mercados, mataderos y edificios, y la Sociedad de Beneficencia, que controlaba hospitales y hospicios, fueron rebasadas. Este vacío fue cubierto por 3 instituciones nuevas: el Instituto Municipal de Higiene, la Dirección de Salubridad Pública y la Junta Directiva de la Campaña contra la Peste Bubónica de la Provincia de Lima. De estas, fue la Junta la que alcanzó mayor notoriedad durante la epidemia.

Su presidente y tesorero fue el destacado médico italiano Juan B. Agnoli. Formado en la Facultad de Medicina de Bologna, llegó a Lima en 1887 y se convirtió en uno de los médicos más importantes del Hospital Italiano. Gracias a su talento, dedicación, formación europea y lazos con la elite limeña (se casó con una dama de la alta sociedad), Agnoli pudo alcanzar en pocos años lo que muchos profesionales siempre esperan: admiración por parte de sus colegas y numerosa clientela. Ese prestigio le permitió imponer con rigor medidas severas. Estaba convencido que se podía controlar la enfermedad en corto tiempo si se le daban los fondos suficientes y poderes ejecutivos. 

La Junta y Agnoli emplearon a 100 peones encargados de:
1. La visita a los domicilios
2. La caza de roedores
3. El traslado de de los enfermos al Lazareto
4. Entierro de los muertos 

Agnoli también dirigía albañiles encargados de tapar las bocas de las madrigueras de las ratas, echar alquitrán a los zócalos, destruir los tabiques y cielos rasos por donde podían entrar los roedores y eventualmente destruir las edificaciones. También bajo su autoridad había una policía de salubridad encargada de vencer la resistencia de la población. El procedimiento que habitualmente se seguía cuando era detectado un caso de peste consistía en llevar al enfermo al Lazareto, aislar a los parientes y fumigar con azufre la vivienda. En casos extremos se destruía (quemaba) la casa del enfermo. El traslado al Lazareto se hacía en carros de zinc; las camillas en las que eran trasportados los enfermos eran incineradas y los que fallecían eran enterrados rápidamente en lugares apartados del cementerio. 

Durante la campaña, Agnoli estableció estrictas medidas como:
1. La prohibición que en las casas se ferien aves domésticas, perros, cuyes, conejos y gatos, por el temor que estos difundiesen la enfermedad
2. La clausura temporal de colegios, templos, circos y lugares donde existiera aglomeración de personas.  
3. Para ganar la colaboración de la población, ser estableció premios. La Municipalidad compró en 5 soles cada rata muerta y pagaba una cantidad parecida por la denuncia de un enfermo de peste. La medida no duró mucho porque se denunciaron pocos casos y porque indujo a personas de pocos recursos y menos escrúpulos a organizar criaderos de ratas para venderlos a la Junta.

Las respuestas de la población.- La peste llegó en una época cuando no era común que la medicina afectase la vida cotidiana de las personas. Además, como no hubo uniformidad respecto al origen y contagio de la enfermedad, esto se tradujo en una diversidad de tratamientos, jabones y remedios producidos por farmacéuticos y charlatanes que eran vendidos como la salvación de la peste. Entre los más notables estuvieron el “Jabón Fénico”, que aludía al nombre de un ácido; “Tanglefoot”, que destruía a las moscas; “Fernet Branca”, un licor que se tomaba como aperitivo antes de la comida; y la “Legía Anti-bubónica” que, además de desinfectar, refrescaba el cutis, dejaba limpios los pisos de las habitaciones y mataba todo tipo de insectos (ver edición de El Comercio, 27 y 28 de mayo de 1903). La frecuente propaganda de estos “remedios” en los periódicos sugiere que fueron aceptados por parte de la población. Por último, la medicina doméstica y tradicional tenía sus propias explicaciones. Muchos consideraban a la peste como un ser maligno que no había que ofender ni obstaculizar. 

Por su lado, los sueros y las vacunas promovidos por la Junta fueron objetos de polémicas. Se acusaba a los miembros de la Junta de sacar provecho de la situación porque eran caros e importados de Francia, y eran vendidos en la botica de uno de los inspectores de la Municipalidad. Otra razón que explica la resistencia a la vacuna fue la rudeza con que se trató a los enfermos. La búsqueda de casos escondidos por los familiares y el aislamiento forzoso, infringieron el límite entre lo público y lo privado. Las autoridades usurpaban algo tradicionalmente reservado para las familias: el cuidado de los enfermos. Este resentimiento se reflejó en un artículo de Manuel Gonzáles Prada: Nada más sagrado que el dormitorio; pero ni a él se le respeta. Al sólo indicio de infección pestosa, los agentes del Municipio asaltan un cuarto de dormir… examinan al dueño, para saber si en alguna de sus glándulas quieren asomar los infartos de la bubónica. 

Otra resistencia fue a la incineración. Un caso emblemático fue el del Molino Milne, el foco de la epidemia. La noticia de la construcción de una zanja a su alrededor para preparar la incineración levantó la protesta de los accionistas ingleses del Molino y del cónsul inglés. Las protestas se extendieron a Chile, de donde venía buena parte del trigo y la harina de los molinos de Lima y Callao. Para impedir la medida, los interesados negaron la existencia de la peste y dijeron que los trabajadores del Molina habían muerto por intoxicación. A pesar de que la Junta ofreció pagar el justiprecio del local, la oposición creció. Los comerciantes temían la interrupción del comercio del trigo y perder el molino, al que le habían hecho importantes mejoras. Finalmente, las presiones de los propietarios se impusieron y con el convincente argumento de que no tenía sentido incendiar un local cuando ya se había extendido al epidemia, impidieron que la medida se aplicara.  

Las reacciones más comunes para resistir la intervención médica fueron individuales y familiares como:
1. La negación de la enfermedad (ocultar a los enfermos)
2. La huida de los lugares afectados
3. La fuga de los lazaretos
4. Pequeñas revueltas

Otra imagen que alimentó el temor popular fue la de los lazaretos. El Lazareto de Guía se levantó en una pampa árida que existía en la entrada norte de Lima (a la altura de lo que es hoy San Martín de Porres). Construido de madera, estaba rodeado de vallas de alambres y de calaminas con varias cerraduras en las rejas y penetrado por una atmósfera de ácido fénico. Los médicos del Lazareto vestidos con camisa oscura de cuello alto, botas y gorro de hule, transmitían una imagen de autoridad y asepsia. El Lazareto contaba con dos pabellones para varones y dos para mujeres. Los enfermos debían tomar un purgante y mantener una rígida dieta de leche y agua de grama (una planta medicinal) y llegaban a la convalescencia muy débiles. Por ello, recuperarse de la peste era para muchos una antesala para caer víctima de otros males, como la tuberculosis que se ensaña con cuerpos debilitados. El temor popular al lazareto se incrementó por la mortandad entre sus “pacientes” que, entre 1903 y 1905, llegó al 52%. 

Peste y racismo.- Como la mayoría de enfermos provenían de barrios pobres, la peste se convirtió en un mal considerado típico de la clase baja. Los enfermos eran albañiles, jornaleros, peones, lavanderas, domésticas, carniceros y otros vendedores de alimentos. Del total de casos, 252 fueron hombres y 134 mujeres. De las 386 que se atendieron en el lazareto de guía, 186 eran de raza india y 65 mestizos, es decir, un 65% del total. En realidad, ello no indica algún tipo de susceptibilidad racial sino que revela la relación entre bajos ingresos y escaso acceso a servicios médicos. 

Los mismos nombres con que se denominaba a los pacientes (“pestosos” o “apestados”), aumentaron la connotación negativa y el estigma hacia al suciedad, la inmundicia y al enfermedad. Por ello, la negación de la peste fue una manera de diferenciarse de los grupos inferiores. Los médicos se lamentaban que en las familias pudientes ocultaban el mal, antes que admitir que habían caído víctimas de la peste. Los doctores del lazareto se quejaron de que a pesar de que existían pabellones especiales que podían recibir a personas de recursos, éstas preferían atenderse en sus domicilios y la mayoría de enfermos pagantes eran inmigrantes italianos y japoneses. 

También se creyó que el origen de la peste se debía a los chinos. En el Callao, por ejemplo, a pesar de que el primer enfermo fue Pedro Figueroa, se atribuyó el inicio de la epidemia al cocinero chino Manuel Hubi, que en realidad fue la sexta víctima entre los trabajadores del Molino Milne. Fueron las condiciones miserables en que vivían los chinos lo que contribuyó a la asociación de raza y enfermedad. Uno de los callejones más célebres fue el de Otaiza, en el centro de Lima; sus habitantes eran en su mayoría chinos y el callejón fue quemado públicamente (hay fotos). La identificación entre chinos y peste provocó una serie de leyes y debates sobre la inmigración asiática. Cuando en octubre de 1904 llegó al Callao un grupo de trabajadores chinos se produjo una gran alarma porque se creyó que traían enfermedades. Un senador, incluso, quiso prohibir la inmigración de asiáticos al Perú. Una medida más extrema se tomó en 1905: se exigió “pasaporte sanitario” a los inmigrantes asiáticos. 

CONSECUENCIAS DE LAS EPIDEMIAS DE FIEBRE AMARILLA.- Desde el ángulo estrictamente sanitario, las dos epidemias de fiebre amarilla obligaron a ciertas mejoras en el saneamiento de Lima:

1. Canalización subterránea con tuberías de plomo.- Los primeros ensayos de canalización subterránea se hicieron en 1859 en la calle de Mantas, en una longitud de 117 metros, pero la obra quedó paralizada un tiempo, para reanudarse, a partir de 1862, siendo alcalde de la ciudad Manuel Pardo. Debido a los escasos recursos municipales, los trabajos se desarrollaron en forma lenta y empírica. Fue ante los estragos ocasionados por la epidemia del 68, y bajo la intervención de la Comisión de Salubridad, que se adoptaron medidas para llevar la ejecución de tan importante obra pública con mayor regularidad y amplitud. Una de ellas fue la resolución del 27 de agosto de 1869 que señalaba la contribución del vecindario de una cuota de 10 pesos por valor lineal de canalización. En 5 años se construyeron 31 mil metros de canales, que sumados a los ejecutados en años anteriores hacían un total de casi 34 mil metros, con un costo de 700 mil pesos.


Manuel Pardo

2. Derribo de las murallas de Lima e implementación de espacios amplios en la ciudad.- Para combatir la contaminación ambiental, en 1869, el ahora alcalde de Lima, Manuel Pardo, destinó una parte importante del presupuesto municipal al plantío de árboles y al cuidado de parques y jardines; por ejemplo, transformó en jardín la antigua Plaza Bolívar y convirtió en Alameda la calle Malambo (Rímac). Desde el gobierno central, la administración del presidente Balta decidió el derribo de las innecesarias murallas coloniales y la apertura de espacios abiertos en forma de alamedas (como luego fue la alameda “Grau) o parques (como el de “La Exposición”). Todas estas transformaciones urbanas no respondieron sólo a una aspiración “parisina” de Lima sino a un verdadero plan sanitario de nuestra ciudad.

3. Construcción del hospital Dos de Mayo.- A partir de la segunda mitad del siglo XIX, la Sociedad de Beneficencia de Lima intentó mejorar el sistema hospitalario (hospitales de San Andrés, San Bartolomé y Santa Ana) , tanto en infraestructura como en asistencia médica. Se ampliaron los cuartos y se abrieron ventanas para mejorar la ventilación; se instalaron catres de fierro, se mejoró la iluminación de los cuartos, se abastecieron las boticas, se estableció un sistema de vigilancia para asegurar la presencia continua de médicos y practicantes y, para elevar el nivel de atención a los pacientes, se recurrió a las Hermanas de la Caridad (congregación francesa conocida por sus labores de asistencia en hospitales de diversas partes del mundo). Sin embargo, cuando se desataba una epidemia, eran notorias las carencias de siempre: falta de médicos y sobrepoblación. Además, por ubicarse en pleno centro de la ciudad, eran considerados focos de infección e emanación miasmática. Un cambio importante fue la fundación del “Dos de Mayo”, un hospital moderno, amplio, en las afueras de la ciudad, cuya construcción fue impulsada por el colapso que sufrió el sistema hospitalario durante la epidemia de 1868. 

Desde 1868 hasta el final del siglo XIX, casi no transcurrió un año sin que se presentasen, al finalizar el verano, algunos casos de fiebre que por su cuadro general y sus síntomas particulares debían considerarse como fiebre amarilla; al menos así se refleja en las informaciones que durante esos años El Comercio publicó con alarma. En el verano de 1883, la fiebre amarilla fue llevada al Callao, desde el Norte, y los numerosos casos que se presentaron tuvieron un carácter muy pernicioso; en los años sucesivos, el fantasma de la epidemia fue una amenaza constante. Para prevenirla, la Junta de Sanidad Municipal (apoyada por dicho diario) periódicamente disponía que las calles de Lima fuesen regadas con hipoclorito de cal y los zócalos de las casas frotadas con alquitrán.


Trazo de la antigua muralla de Lima



9 de mayo 1911: En el marco del conflicto con Colombia para desalojar la guarnición colombiana establecida en territorio peruano, a bordo del vapor Loreto arriba a Iquitos el batallón de Infantería N° 9 al mando del comandante Óscar R. Benavides. 


Óscar Raimundo Benavides Larrea nació en Lima, el 15 de marzo de 1876 y ocupó el cargo de presidente en dos ocasiones. Fue hijo de Miguel Benavides y Gallegos, Sargento Mayor de la Guardia Nacional, natural de Lima; y de Erfilia Larrea, natural de Chincha. Cursó estudios en el Colegio de Nuestra Señora de Guadalupe, y en la Escuela Militar de en Lima, y en 1894 ingresó a la brigada de artillería del Dos de Mayo. En 1902 fue ascendido al grado de Capitán y en 1906, a la edad de 30 años, se graduó de Sargento Mayor con las más altas calificaciones. Para que completara su formación militar, el gobierno lo envió a Francia donde la República Francesa lo distinguió con la Cruz de la Legión de Honor.

Campaña del Caquetá

Tras regresar al Perú en diciembre de 1910, Benavides fue designado comandante del Batallón de Infantería No. 9 acantonado en Chiclayo. En febrero de 1911 el gobierno ordenó a Benavides que condujera el Batallón No. 9 a la frontera nororiental con Colombia en la Amazonia peruana. Colombia había establecido un puesto fortificado en La Pedrera, en la orilla meridional del río Caquetá que, de acuerdo con el Tratado Porras-Tanco Argáez de 1909 estaba dentro del territorio peruano.

El Batallón No. 9 hubo de viajar más de 2 000 kilómetros atravesando tramos sin caminos de la cordillera de los Andes en Cajamarca y Chachapoyas hasta llegar a la selva amazónica. En Balsapuerto, en las cabeceras del río Huallaga, la expedición preparó balsas y obtuvo canoas y navegó aguas abajo hasta Yurimaguas, sobre el río Huallaga, de donde prosiguió por embarcaciones hasta Iquitos, sobre el río Amazonas. La expedición fluvial, que consistía de un flotador y de cuatro embarcaciones zarpó de Iquitos el 29 de junio de 1911, a los cuatro meses de la partida de Chiclayo. 

El 10 de julio estaba frente a La Pedrera con las banderas tremolando. Luego de un cambio de notas con las que el comandante colombiano se negó a abandonar la posición, el comandante Benavides inició el ataque. El triunfo fue completo para las fuerzas peruanas. Pero, el 24 de julio, para su desmayo, el comandante Benavides fue informado de que los gobiernos del Perú y Colombia habían suscrito un tratado por el que las fuerzas peruanas debían abandonar el Caquetá y replegar al río Putumayo.

Aun en La Pedrera, el 28 de julio de 1911 las fuerzas peruanas celebraran las Fiestas Patrias del día de la Independencia; pero carecían de equipamientos para protegerse del clima y de las enfermedades infecciosas endémicas en la región. El 29 de julio las tropas fueron atacadas por una violenta epidemia de fiebre amarilla y de beriberi. Careciendo de medicinas, las tropas fueron cruelmente diezmadas.

El 4 de agosto el comandante Benavides volvió a Iquitos. Fue ascendido al grado de Coronel de Infantería. El gobierno envió a Benavides a Europa para que recibiera tratamiento contra el beriberi. Cuando regresó el 8 de abril de 1912, fue recibido como un héroe nacional y en su honor se organizó una parada militar en Lima a lo largo del Jirón de la Unión hasta la Plaza de Armas. 

Fue en esta ocasión cuando Benavides conoció a su prima lejana Francisca Benavides Diez Canseco, con quien se casó algunos meses más tarde. Benavides fue nombrado Comandante General de la Tercera Región, en Arequipa y en noviembre de 1913 fue designado Jefe del Estado Mayor del Ejército, con sede en Lima.

Primer Gobierno

En 1913, el Presidente Guillermo Billinghurst enfretaba una gran oposición y amenazaba con armar al pueblo para enfrentar a sus opositores. Ante esta situación, el 4 de febrero de 1914, el Ejército bajo el comando de Benavides, depuso a Billinghurst y lo exilió a Chile, donde murió al año siguiente. Benavides fue nombrado presidente provisional por el Congreso Nacional. Durante los dieciocho meses de su gobierno Benavides restauró el orden y la estabilidad política. Benavides llamó a elecciones, donde salió elegido nuevamente José Pardo, el cual fue investido el 18 de agosto de 1915.

Primera Guerra Mundial

El presidente Pardo envió a Benavides a París (1916) como observador de la Primera Guerra Mundial y como tal fue testigo de la batalla de Verdún. Posteriormente (1917), Pardo lo nombró Embajador Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en Italia. El 4 de julio de 1919 Augusto B. Leguía devino presidente de la República como resultado de un golpe de estado contra Pardo. En diciembre de 1920 Benavides renunció a su puesto en Roma y regresó a Lima. Leguía temía que Benavides organizara una revuelta y el 3 de mayo de 1921 lo hizo arrestar. Benavides y veinticinco otros ciudadanos fueron hechos prisioneros y embarcados en el vapor “Paita” con destino a Sydney, Australia. Un motín comandado por Benavides capturó al capitán del barco y a sus oficiales y cambió la ruta hacia Costa Rica. Desde Costa Rica Benavides se trasladó a Panamá y luego a Guayaquil (Ecuador) donde restableció contactos con los elementos opositores a Leguía. En noviembre de 1927 se trasladó a Francia.

Embajador en Europa 

El 22 de agosto de 1930 el teniente coronel Luis M. Sánchez Cerro inició una revolución en Arequipa y Leguía se vio forzado a renunciar a la presidencia. Sánchez Cerro fue investido como Presidente Provisional. El 3 de octubre Benavides fue nombrado Embajador Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en España y, en 1932, en Inglaterra. Más tarde, el gobierno llamó a Benavides y lo nombró General en Jefe del Consejo Nacional de Defensa (27 de marzo de 1932) encargado de las fuerzas peruanas en vista de un renovado conflicto armado con Colombia. El 31 de marzo Benavides fue promovido al grado de General de División.

Segundo Gobierno 

En 1933, luego del asesinato del General Luis Miguel Sánchez Cerro, el congreso le entregó la presidencia por segunda vez, hasta que concluyera el mandato de su preedecesor. Benavides suscribió la nueva Constitución del Perú que reemplazó a la de 1920, en vigencia desde la administración de Augusto B. Leguía. La Constitución de 1933 mantuvo vigor hasta 1979. En 1936, Benavides convoca a elecciones, en las cuales salió ganador Luis Antonio Eguiguren, pero el general las anula, acusando a Eguiguren de haber hecho un acuerdo con los apristas, los que estaban prohibidos por ley. Así, Benavides decide continuar en el mando, estableciendo un gobierno duro con el lema "Orden, Paz y Trabajo", entonces modificó la Constitución otorgando plenos poderes al ejecutivo, prescindiendo totalmente del Congreso.

En su segundo gobierno, tuvo como prioridad dar fin al conflicto con Colombia. En esa época, el país comienza a entrar a un período de prosperidad debido a las exportaciones agrícolas y se construye el tramo peruano de la Carretera Panamericana. Benavides continúa en el poder hasta 1939, cuando convoca a nuevas elecciones, que fueron ganadas por Manuel Prado Ugarteche. El 19 de diciembre Prado honró a Benavides con el título de Mariscal.

Cuando abandona el poder viaja a España y posteriormente a Argentina, donde ejerce el cargo de embajador del Perú, más tarde regresa a Lima donde muere el 2 de julio de 1945.


9 de mayo 1973: El gigantesco granelero José Olaya es lanzado al mar en la Base Naval del Callao. La nave de 25 200 toneladas DWT ha sido construida en el SIMA.

JOSÉ OLAYA
Granelero.
Astillero: SIMA, Servicio Industrial de la Marina.
Lugar de construcción: El Callao, Perú.
Casco nº: 13                Sociedad clasificadora: LRS
Señal distintiva: OANT   IMO: 7325497
Tripulantes: 27            
TRG: 15.297                DWT: 25.195                DV: 6.876
Eslora: 180,30              Manga: 22,86                Puntal:  13,72                Calado: 10,22
Equipos de cubierta (Cantidad x toneladas): Grúas: 6 x 10.
Capacidad general: 35.671 m³.
Un motor diésel Sulzer 6RND76; 2T; 6 cilindros (760 x 1.550); 118 rpm; Sulzer Freres, Winterthur, Suiza.
12.000 bHP                  Hélices: 1                     Velocidad 15 nudos.

1973. 09 de Mayo. Botado para ECHAP. Bautizado JOSE OLAYA. (Perú)
1974. Abril. Alistado.
1974. Transferido a la Corporación Peruana de Vapores, Callao.
1991. Naviera Humboldt S. A., El Callao. Rebautizado HUASCARAN. (Perú)
1996. Vendido a Naviera Humboldt S. A. Rebautizado HUASCAR. (Panamá)
2000. 30 de Septiembre. Desguazado en Xinhui, China.

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