Responsable de la edición: Cb2 PON Elizabeth Zulema Figueroa Mamani
Fuente: Cinco siglos del destino marítimo del Perú. Cronología y efemérides marítimas y navales, de 1565 a 2016.
Lima, Instituto de Estudios Histórico-Marítimos del Perú, 2016.
Hoy 28 de octubre
28 de octubre 1637: Sale de Curupá
(Brasil) la expedición del capitán Pedro Teixeira, con el objeto de
remontar los ríos Amazonas, Napo, Coca, y llegar hasta Quito. Logra
su cometido con serios reparos del Virreinato del Perú.
«Despachada por el gobernador del Marañón la armada que dejamos aprestando, con cuarenta canoas de buen porte, mil doscientos indios remeros y de pelea, sesenta y tantos portugueses y más cuatro castellanos de los seis que bajaron con los religiosos, todo á cargo del general Pedro Texeira, persona dé toda satisfacción, llevando por guía á Dios Nuestro Señor y al hermano fr. Domingo Brieva, y por capellán al P. fr. Agustín de las Llagas [Chagas], hijo de una de las provincias de Nuestro Padre San Francisco de Portugal y Presidente de el convento de San Antonio del Gran Para; junto y apercibido ya todo esto y las cosas necesarias para tan largo viaje en la plaza de el Carupa. que es la última que tiene aquel Estado y esta más cercana á la boca que tiene nuestro gran rio -que ya no tiene otro nombre que el que los portugueses con mucha razón le pusieron de San Francisco de el Quito-, por haberlo descubierto y navegado los religiosos hijos de Nuestro Padre San Francisco y de la provincia de el Quito, y ya de aquí adelante no le hemos de nombrar de otra manera, pues tan justamente le conviene el nombre de el río de San Francisco de el Quito,—á los 17 días de el mes de octubre de 1637, salió la armada portuguesa de la plaza de el Gurupa, con fervorosos alientos de toda aquella gran compañía, con ánimo de morir antes que dejar de llegar á la ciudad de Quito, según las ordenes que llevaban. Caminaron á vela y remo algunas leguas, hasta que, faltándoles los vientos (que no los hay sino cerca de la mar) les fue forzoso andar este camino y hacer este viaje á pura fuerza de remos, que es cosa trabajosísima y más con canoas tan grandes como llevaban, y sino fueran tales no se pudiera hacer el tal viaje. Llevaba cada una veinte remos, algunas de ellas más y muy pocas á menos. Desde luego fueron con mucha cuenta y razón reconociendo todos los ríos que por entrambos lados iban entrando en el nuestro de San Francisco de Quito, numerando las leguas que había de unos á otros y nombrándolos por sus nombres, marcando y tomando la altura de los parajes, y sondando nuestro río por su canal principal, advirtiendo con toda atención las poblaciones de gentiles que iban encontrando y tomando noticias de algunas otras que estaban apartadas de nuestro río la tierra adentro y lo que en ellas había ó podía haber de provecho. Finalmente, iban obrando aquello para que fueron enviados, pues no iban á otra cosa, y para ello llevaron un buen piloto, que con todo cuidado iba haciendo todo lo referido.
»Habrían ya caminado casi ochocientas leguas, cuando, pareciéndole al general así convenía, despachó adelante al coronel Benito Rodríguez con ocho canoas y la gente necesaria para cumplir con el orden que llevaba y hacer con esta diligencia más cierto su viaje, porque mucha de su gente, ya cansada de el mucho trabajo y descomodidades que pasaban, se querían volver al Pará, como se volvieron algunos que se huyeron. Con esta buena traza fueron continuando su camino hasta que llegaron á las islas de el puerto de San Antonio de los Encabellados; aquí se quedó la mayor parte de la armada á cargo de el capitán Pedro de Acosta [Tavella], y el general con algunos compañeros y el P. fr. Agustín de las Llagas partieron para Quito, siguiendo siempre el coronel y su compañía, que con el hermano fr. Domingo Brieva y uno de sus compañeros, platicó de aquellos ríos y puertos de los Quijos, que les guiaban, iban delante. Llegó esta primera escuadra hasta diez leguas más abajo de el puerto de Archidona (que se llama de Napo), de adonde, por las muchas piedras y corriente de nuestro gran río, no fué posible pasar á tomar puerto. Fuéles forzoso volver atrás, para entrar por otro río más hondable, que se llama Payamino, á tomar puerto en el del Nini que está tres días de mal camino de la ciudad de Ávila. Aquí llegaron á 24 de junio de 638, día de San Juan Baptista; dejaron en este paraje las canoas y marcharon el coronel, el hermano fr. Domingo y demás compañía para Avila, adonde llegaron muy necesitados. Estaba en esta ciudad por teniente un vecino encomendero llamado el capitán Sebastián Diaz, el cual los recibió con su acostumbrada caridad y los socorrió y remedió sus necesidades como pudo y no como él quisiera, por ser la tierra falta de bastimentos y los huéspedes muchos. Visto por el hermano fr. Domingo de Brieva la presente necesidad y que había de ser mayor con la llegada de la armada que les venía siguiendo, partió con toda prisa á Quito, así para procurar el remedio, como para dar cuenta de su venida. El capitán Sebastián Díaz despachó luego aviso de la llegada de los portugueses á los señores de la real Audiencia de Quito y de la falta de bastimentos que había en aquella tierra para socorrerlos.
Llegó este aviso y el hermano fr. Domingo casi á un tiempo á la ciudad de Quito, que se conmovió toda con tal novedad. Informados de lo ya dicho, el Rdo. P. Provincial, que ya lo era el P. fr. Martin de Oc'hoa, y el Reverendo P. fr. Pedro Dorado (que fué el primero que despachó religiosos para estos descubrimientos), fueron juntamente con el hermano fr. Domingo á dar cuenta de todo á los señores de la real Audiencia y á manifestarles la necesidad de aquella gente que había venido por orden de S. M. y en su servicio traidos por nuestros frailes, para que fuesen servidos de los mandar socorrer. Los señores acudieron luego con muy buena voluntad, y en nombre de S. M. despacharon seiscientos pesos que se sacaron de sus reales cajas, y nombrando una persona de toda satisfacción, llamado Joan de Golibar [Bolívar], les entregaron, y con asistencia de el hermano fr. Pedro Pecador, se emplearen en mantenimientos y en todo lo que fué necesario, y con toda prisa fueron á llevarlo a los Quijos, para socorro de las dos escuadras portuguesas, porque ya habían llegado el general Pedro Teixeira, el P. fr. Agustín de las Llagas y sus compañeros, que digimos venían en seguimiento de los primeros. Algunos portugueses habían ya llegado á Quito cuando salió el socorro, y otros venían caminando en tropas, y el hermano fr, Pedro Pecador los iba socorriendo como los iba encontrando, dándoles lo que habían menester y pasando adelante con lo demás hasta alcanzar los últimos, que fueron el general y sus compañeros, de los cuales supo cómo se les habían muerto muchos indios de hambre y de el trabajo de el camino. Supo también que el general y compañeros habían hecho matar un caballo que les había dado el teniente de Avila para que en él subiesen á ratos los más necesitados, y que se lo habían comido todo: á tanto como esto llegó su necesidad. Finalmente, con el buen socorro que se les envió, se alentaron y pudieron muy bien llegar á la ciudad de Quito, adonde fueron muvbienrecibidos.
»Juntáronse el general Pedro Texeira, el P. fr. Agustín de las Llagas y algunos oficiales de la armada, que fueron, el maese de campo, el sargento mayor, el coronel y otro, cqn alguna de su gente, en un lugar de indios cerca de la ciudad de Quito, y desde allí caminaron con algunas personas que los acompañaron hasta llegar á un llano que se llama Añaquito y está junto á la dicha ciudad, adonde les salieron á recibir D. Juan de Acuña, corregidor de Quito y teniente de capitán general, con muchas personas de cuenta, todos á caballo, y otra mucha gente de á pié; y habiéndose saludado con toda cortesía, puestos todos en orden, entraron en la ciudad y fueron á las casas reales,, adonde los señores Presidente y Oidores recibieron las cédulas de S. M. y órdenes que llevaba el dicho general, en cuya conformidad había hecho aquel viaje, dando en breve cuenta de todo. Mandaron los señores darles casa y proveerles de lo necesario al general y su gente, y después se les señaló cada día tantos pesos para su sustento. Al P. fr. Agustín de las Llagas lo llevamos al convento de Nuestro Padre San Francisco de San Pablo de Quito, adonde con todo amor y caridad fué bien recibido de todos; y porque venía enfermo de los trabajos del camino, lo llevamos á la enfermería, adonde se le acudió con todo cuidado hasta que estuvo sano. El piloto de la armada portuguesa, á pedimiento de aquellos señores, hizo un mapa de nuestro gran río como persona que lo había marcado y tanteado bien, como ya digimos, que fué de mucho gusto para todos los que lo vieron.
Yo lo vi muchas veces, y cotejándolo con su
original, me parece está cabal y verdadero. Después de hecho esto y el
descubrimiento acabado, se fué el piloto á la ciudad de Los Reyes en
compañía del Rdo. P. fr. Pedro Dorado, que en este tiempo partió para
Lima á negocios de la Ordfti.»
28 de octubre 1746: A las 22:30 horas un maremoto arrasa el Callao destruyéndolo totalmente; 19 buques son varados y de los 8 400 habitantes solo 200 logran salvar la vida.
28 de octubre 1818: Captura de la fragata
española María Isabel por
parte de la Expedición Libertadora. (La María
Isabel era una fragata comprada por España a Rusia en 1817 cuyo
nombre original era Patrrikii ("Патрикий”), de la clase
Speshnyi. A continuación se presentan las 11 fragatas de esta clase)
28 de octubre 1858: Un decreto de Castilla ordena “el bloqueo efectivo de todos los puertos, bahías, caletas y desembarcaderos de toda la República del Ecuador”. El bloqueo durará desde noviembre de 1858 hasta setiembre de 1860, aunque algunos buques se mantienen en Guayaquil hasta 1861. Las fuerzas bloqueadoras se conducen con prudencia y moderación con los buques de todas las naciones.
Cuando los
peruanos ocuparon Guayaquil
El 12 de
septiembre de 1859, el presidente Castilla dio un ultimátum al Ecuador y ordenó
el bloqueo naval a Guayaquil.
En 1859 se
produjo un incidente con Perú por la explotación de tierras amazónicas que los
peruanos reclamaban como suyas. El presidente en funciones,
general Francisco Robles, conocido como ‘el Gemelo’, pidió al Congreso
facultades extraordinarias que le fueron negadas. En el gobierno del liberal
José María Urbina (1851-1856), el sector terrateniente serrano se vio golpeado
por algunas decisiones de inspiración popular que afectaron las relaciones
entre los grupos regionales de poder: la manumisión de los esclavos (1852)
y la abolición del tributo indígena (1857). En 1859 se produjo un incidente con
Perú por la explotación de tierras amazónicas que los peruanos reclamaban
como suyas. El presidente en funciones, general Francisco Robles, conocido como
‘el Gemelo’, pidió al Congreso facultades extraordinarias que le fueron
negadas. Pasó a Guayaquil para instalar su gobierno, pero le sorprendieron las
maniobras de sus opositores: el 1º de mayo de 1859 se nombró en Quito
un triunvirato conformado por Gabriel García Moreno, Jerónimo Carrión y
Pedro José Arteta. Robles envió a Urbina para someterlos por la fuerza y
García Moreno huyó a Perú. Desde ahí, negoció con el presidente Ramón
Castilla para derrocar al Gobierno ecuatoriano. Frente a las costas de
Guayaquil, García Moreno hizo un llamado al pueblo, indicando que los
peruanos eran amigos de Ecuador. Al mismo tiempo, en Quito se volvió a
desconocer el gobierno de Robles y en Guayaquil, el general Guillermo
Franco se proclamó Jefe Supremo con el apoyo de Castilla. En ese momento, el
caos invadió todo el país: en Loja, el 18 de septiembre de 1859, se nombró
un gobierno federal. En Cuenca se reconoció como Jefe Supremo a Jerónimo Carrión,
mientras que la Sierra centro-norte se sometió al triunvirato y gran parte de
la Costa, al gobierno títere de Franco. El general peruano Ramón Castilla
aprovechó la coyuntura para imponer su arbitrio a Ecuador y se nombraron
delegados para revisar el tratado de límites entre los dos países, en el
momento que bloqueaba la entrada al puerto de Guayaquil con sus fuerzas
navales. El 12 de septiembre de 1859, el presidente Castilla dio un
ultimátum a Ecuador y ordenó el bloqueo naval a Guayaquil. Al amanecer del nuevo
año, 5.000 soldados peruanos invadieron el país y entraron a Guayaquil
desde la hacienda Mapasingue, el 7 de enero de 1860. Una de las primeras cosas
que hicieron los peruanos fue acallar a la prensa guayaquileña y
publicar un periódico que circuló con el título de ‘El Iris de los Andes’.
De esta manera, ellos relataron este infausto suceso para nuestro país: “el 7
del actual, a las cuatro de la tarde, verificó su entrada a Guayaquil el
ejército peruano, según el previo acuerdo celebrado por los generales en jefe.
Su excelencia el general Castilla, que venía a su cabeza, se separó en el
panteón, para pasar a ver a su excelencia el Jefe Supremo; y regresó, para ver
desfilar las fuerzas, desde las posiciones de Santa Ana. Las fuerzas
peruanas entraron por la calle de San Francisco, y se dirigieron al hospital
militar, desocupado de antemano para alojarlas. En todo el extremo norte están
sus cuarteles; es decir, que la defensa de Guayaquil está confiada a la
lealtad y honor del Perú”. El 25 de enero de 1860 se firmó el írrito y bastardo
‘Tratado de Mapasingue’ y Guillermo Franco, dos días después, reconoció “a
nombre del Ecuador”, la vigencia de la Cédula de 1802, “para acreditar los
derechos del Perú a los territorios de Quijos y Canelos”. La
reacción de la mayoría de los ecuatorianos, como era de esperarse, fue de
rechazo a esas espurias tratativas y los demás gobiernos regionales se
unieron para enfrentarse a Franco y Castilla. La crisis política de
1859-1861 en la que casi desaparece Ecuador, se ha leído de distintas maneras.
El historiador Patricio Ycaza sostiene que la desarticulación nacional de
esos años se debió a “la respuesta de la reacción goda (conservadora) para
desplazar del poder del Estado al proyecto liberal sustentado por el urbinismo”
. Las reformas legales, sociales y económicas de la etapa urbinista habían
minado el radio de influencia de la clase terrateniente serrana y, por
ende, había que socavar a Francisco Robles. La limitada capacidad política del
sucesor de Urbina tampoco le posibilitó salir airoso de la crisis. García
Moreno, por su parte, logró sostener una campaña militar victoriosa con el
apoyo de otras fuerzas políticas que emprendieron la campaña antiperuana.
Indudablemente, una de las lecciones de esta grave crisis fue la necesidad
de superar la precariedad política, fortalecer la presencia del Estado y
modernizar al ejército; en otras palabras, cohesionar a un país dividido y
fragmentado por los intereses de los caudillos regionales, en un proyecto
unitario de vocación nacional.
Esta noticia ha sido publicada originalmente por Diario EL TELÉGRAFO bajo la siguiente dirección: http://www. eltelegrafo.com.ec/noticias/ guayaquil/10/cuando-los- peruanos-ocuparon-guayaquil
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Pintura anónima del siglo
XX, que representa la toma de Guayaquil por el ejército peruano.
28 de octubre 1879: Se aprueba la ley que dispone se
“erija en una de las plazas públicas de esta capital una estatua que
represente al que fuera ilustre contralmirante Miguel Grau”.
28 de octubre
1946: Se inaugura
el monumento a Grau, en la Plaza Grau de Lima, obra del escultor español
Victorio Macho.
“Almirante:
La dimensión de vuestra hazaña se ha agrandado con el tiempo. En la lejana perspectiva es Angamos un símbolo de gigantes contornos y de presentes enseñanzas. Disponíais de medios limitados y frágiles; mas vuestro aliento supo darles eficacia y grandeza. Vuestra nave minúscula ha crecido, Almirante; y hay un sutil poder de fuego que envidian los cañones en el silencio austero de las cubiertas desmanteladas. No fue infructuoso vuestro sacrificio ni un vano gesto de inmolación de quienes con vos cayeron en la brega. Vuestra sombra augusta preside nuestros mares; y hay un altar para vuestro busto en cada nave de nuestra flota; y un rincón de emoción en cada pecho de nuestros marinos. La Armada del Perú cifra su orgullo en vuestra memoria y la Nación, espiritualmente congregado al pie de este monumento, os dice con acento de estremecida gratitud:
La dimensión de vuestra hazaña se ha agrandado con el tiempo. En la lejana perspectiva es Angamos un símbolo de gigantes contornos y de presentes enseñanzas. Disponíais de medios limitados y frágiles; mas vuestro aliento supo darles eficacia y grandeza. Vuestra nave minúscula ha crecido, Almirante; y hay un sutil poder de fuego que envidian los cañones en el silencio austero de las cubiertas desmanteladas. No fue infructuoso vuestro sacrificio ni un vano gesto de inmolación de quienes con vos cayeron en la brega. Vuestra sombra augusta preside nuestros mares; y hay un altar para vuestro busto en cada nave de nuestra flota; y un rincón de emoción en cada pecho de nuestros marinos. La Armada del Perú cifra su orgullo en vuestra memoria y la Nación, espiritualmente congregado al pie de este monumento, os dice con acento de estremecida gratitud:
¡Gloria a vos, Almirante!” (José Luis Bustamante y Rivero, 28 de octubre de 1946)
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